lunes, 15 de julio de 2013

EL ESTADO ES DELINCUENTE

¿Por qué nace el estado? ¿Para qué nace el estado?  ¿Cuál es el rol final del estado?
Hay muchas preguntas que aun se siguen haciendo en torno a la existencia del estado.
Será cierto que si no existiera el estado, ¿reinaría la ley de la selva?  ¿Es mala la ley de la selva?
Acaso este estado de cosas del hombre en su vertiente política ¿está llevando al hombre por el mejor camino?
Si atendemos a los estudios realizados, para comprender el nacimiento de la organización del hombre, en sociedad, antes en tribu,  horda, familia y antes inclusive solo formar pareja para procrear, terminamos concluyendo como ya han concluido muchos investigadores y que por un mínimo de análisis también todos pueden concluir, que el hombre es un ser eminentemente social. No hay hombre sin sociedad, no hay un Robinson Crusoe, como se ha manifestado ya, en otros análisis, los mismos anacoretas, llevan el aprendizaje social consigo, aunque estén muy aislados.
 El hombre forma el estado para oponerse a lo natural, para oponerse a la ley de la selva, que no es un caos si no que tiene el orden natural de las cosas, pero cuando el hombre se da cuenta que puede usar la naturaleza en su provecho, abusando de los otros hombres para a partir de su trabajo obtener la plusvalía que le permite vivir sin trabajar (que es el verdadero fin del capitalismo)entonces busca formas de oponerse a ese orden y da pretextos para justificar que debe ser así.
En un crudo análisis, el estado nace delincuente, porque de acuerdo a un criterio unilateral, de un grupo de poder, reparte lo quiere repartir, entre los que quiere repartir, aplicando normas y leyes inventadas por los grupos de poder; en letras frías… “quita a unos para entregar a otros”
Allí está la explicación de su delincuencia; quita, arrebata, con los mismos argumentos de  los delincuentes; se vuelve una organización que busca legalizarse y se legaliza formando el estado; por ejemplo el caso de la “deuda externa” cada ciudadano debe ya al nacer  la deuda que el estado asumió, aun antes que uno nazca, te hace responsable de algo que tú ni aprobaste, ni estuviste presente cuando se tomó el acuerdo de deber.
El estado es delincuente en su esencia, porque para sobrevivir, quita a unos para dar más a otros, los que lo protegen para mantenerlo y así poder seguir quitando bajo el manto de “legal”.

El estado es delincuente en su génesis, porque comete DELITO desde el momento de su creación. Y ¿Qué es un delito?, la palabra delito deriva del verbo latino delinquere, que significa, en su sentido primigenio, genérico y simple, abandonar, apartarse del buen camino. Pues bien, para crear el estado el hombre se tuvo que apartar del orden natural de las cosas, del buen camino que le ofrecía la naturaleza, como un compartir entre todos. Y creó el orden social y político para dar leyes, normas que le legalizaban el usufructo de la naturaleza para unos pocos a costas de los muchos. Allí está su nacimiento delincuente de hurto, de apropiación de aquello que es de todos, para unos cuantos. Y así seguirá.

sábado, 13 de julio de 2013

EL CUENTO DE LA CIVILIZACIÓN

Se han creado muchos cuentos a través de la historia del hombre, para capturar el poder y tener sometidos a grupos de personas, para que trabajen a favor de quienes habían desarrollado el lado malo de la especie que es el aprovecharse de la plusvalía que produce el trabajo denigrantemente valorado.

Hay algunas razones que impulsaron esta denigrante labor.
Y que lamentablemente abonaron a favor de estos cuentos; entre ellos, la idea de los seres superiores dentro de la especie, la llamada “supervivencia de los más aptos”  que algunos hombres supieron aprovecharla (hablando de la supervivencia de los más fuertes “primer cuento”) en su favor, convirtiendo esta ley natural en privilegio, primero de los que ostentaban el poder de la experiencia, los más ancianos que tenían delante de ellos hombres ansiosos de poder (aquí aparece por primera vez la figura de los asesores, muchos de ellos nefastos pues o tienen oscuras intenciones o defienden a oscuros personajes) luego los que tienen el poder de las armas, más tarde, el poder (político) de la verborrea ante la ignorancia y el cuento que “el pueblo así lo quiere” y “es lo que la gente desea” apropiándose posteriormente ser los representantes de la voluntad popular, amañadamente ganada en otro cuento llamado “democracia”.
El cuento mayúsculo es el de la “CIVILIZACIÓN” en nombre de ella los grupos de poder, respaldados por las armas y de aquellos que son capaces de vender su alma y a su madre por un puñado de vergonzosas monedas, se apoderan de recursos naturales, de los espacios ecológicos en que viven los nativos; ya se olvidaron del famoso “UTI POSSIDETIS” que empleaban para repartirse las tierras en las épocas independentistas, ahora ese derecho ya no se le reconoce a los nativos empleando el cuento del “estado” que es el que regula la vida en sociedad, (el cuento de la “sociedad”) esa sociedad que la formaron tan solo para el beneficio, nuevamente, de los que tenían las armas…  hoy en el Perú asistimos, a esa mascarada que se da en todo el mundo.
Al asumir un nuevo gobierno la administración del estado, que busca dar más atención a los pobres y más reconocimiento de sus derechos… vemos como salen a vociferar aquellos que ni siquiera defienden lo que personalmente quieren si no lo que quieren los grupos de poder, tanto nacionales como extranjeros… (Perros del hortelano).
Y  hay otros cuentos más:   “el cuento de la justicia”, someterse al mandato de otros basados en leyes que han sido preparadas para que siga el statu quo.
El cuento de la “solidaridad”, para que solo los pobres contribuyan con su magro sueldo a asistir a otros pobres, mediante campañas que deberían sostenerlas los empresarios que explotan al pueblo, etc.

Y así… seguirán creándose cuentos para mantener el dominio de alguna manera de los pocos (y ahora más ilustrados) sobre los muchos que deben padecer de una educación de magra calidad, con el nuevo cuento “de la meritocracia” para tener sometidas a las masas de trabajadores a la voluntad del capital (continua el aprovechamiento malsano de la plusvalía) manteniéndolos asustados con una evaluación que nunca quisieron hacerla verdaderamente justa.